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En el Conde



Caminando por esta callejuela tan legendaria donde las tiendas se abrazan una con la otra, los turistas admiran y toman fotos, los “turis gai” se adhieren como garrapatas y los viejos se sientan a jugar ajedrez, damas o domino, me interrumpe un señor parecido al “Artista del hambre” de Kafka y me dice:

-Vendo cuadros de arte rupestre y panfletos del sagrado niño por el precio que quieras- Así se acerco el hombre con su cara lánguida y ojos de pez a medio morir.
¿Se dedica al arte para morir de hambre? Me pregunté. Y al parecer la expresión de mi cara lo dijo todo. A lo que él respondió:

-No creas que no necesito dinero ni que mi arte o mis panfletos no valen nada. Pero hoy, lo estoy dando al precio que puedas pagar.
Aun estoy atónito con toda esta situación.

Y me dice… Tú no necesitas el cuadro porque en realidad eso no viene al caso ahora. Lo que si haré por tí es que te daré este panfleto del sagrado niño para que estés protegido. Solo dame algo de comer.

Y yo que estaba frente a una pequeña barra le brindo un pedazo de bizcocho el cual el aceptó muy contento y se marchó.


Luego se acerca a mí, en ese mismo espacio, una señora con una niña como de 2 años, la cual jugaba a maquillarse; ya se pueden imaginar el desorden que tenía en la cara. Yo la miro y sonrío y la señora me dice que su hija se la pasa en eso el día completo; cosa que oyó otra joven y nos interrumpió y le dijo a la niña que la pintara. A todo esto hay un hombre soplando burbujas y la niña soltó el maquillaje y comenzó a brincar persiguiéndolas.


Decido moverme un poco más adelante en mi trayecto y lo que veo es horripilante: Una mujer con una lepra severa pidiendo limosna y dos o tres personas haciéndole preguntas.
Un hombre fabricando tabacos me ofrece uno, oferta que rechacé.
2 travestis siendo abucheados por un grupo de adolescentes; quienes le gritaban las groserías más brutales.

Y yo, con cappuccino en mano salgo de ahí y me digo: En un espacio tan pequeño se ven tantas cosas. No hay duda alguna que el que quiera conocer la idiosincrasia de un pueblo tiene solo que caminar por ahí. Verá lo bonito y lo feo en menos de un kilómetro; todo en menos de 15 minutos. ¡Hay de mí si paso horas en este lugar!
Una feria de luces y sombras; de brillo y de barro, envuelta en una atmósfera colonial.

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