- Me rompieron el vidrio ahora mismo- dice el taxista muy exaltado. – Son los mismos policías que están atracando, haciendo el papel de ladrones y de malones.
Yo, sorprendido le pregunto que como sucedió todo, a lo que él contesta que fue a buscar a un cliente, que por mala suerte un colega ya le había robado y se estaba devolviendo por una calle oscura en la que había una luz alta y unos motoristas estaban medio a medio conversando. A todo esto nuestro amigo del taxi pega el freno para no chocarlos y grita:
- ¡Cualquiera se los lleva hijo e’la gran puta! ¿Por qué no bajan esas luces?
Esto provocó que los malandros se desmontaran del motor cada uno con pistola en mano desafiando:
- ¿Que fue lo que tu dijiste infeliz?
En lo que uno dice esto, el otro con la rompe el vidrio de la parte delantera con la misma pistola de un solo golpe; el taxista acelera y se les escapa. Ellos se tomaron la libertad de sonar dos disparos en medio de la vía pública… ¿Qué importa? Somos los dueños de la calle, me imagino que pensaron.
Le pregunto - ¿Cómo sabe que eran policías? –
A lo que me contesta:
– Estaban armados (parece que nadie puede andar armado en la calle) y no estaban robando, andaban vestidos de civil pero se incomodaron porque un mojón como yo les habló duro. Coño… Me tenía que quedar jugando tablero, bien me lo dice el viejo que no haga servicio de noche… Ahora tengo que pagar a la central (Esa es una tarifa que los taxistas pagan semanalmente) y también el jodido vidrio este. Si voy a poner una querella me meten preso ellos mismos o me entran a macanazos.
-Amigo, le recomiendo que haga de este, su último servicio por hoy y váyase tranquilo pa’ su casa. Cuando el día no está para uno, mejor uno se acuesta. – le dije aunque fui ignorado.
Yo aun no he llegado a mi destino y pienso: “Y si los mismos tigueres esos lo andan persiguiendo hasta yo voy a llevar”. Por suerte ya llegábamos y le indiqué por donde tenía que doblar. Le pagué y le deseé suerte.
Y suerte es lo que necesita todo aquel que anda por las calles buscando los chelitos. Por ahí andan los ladrones y los policías disputándose la supremacía de las calles. Creo que de vez en cuando entre ellos se intercambian de bando; todo con tal de sacarle provecho al que honradamente “se rompe los cojones para mantener a su familia”.
Yo, sorprendido le pregunto que como sucedió todo, a lo que él contesta que fue a buscar a un cliente, que por mala suerte un colega ya le había robado y se estaba devolviendo por una calle oscura en la que había una luz alta y unos motoristas estaban medio a medio conversando. A todo esto nuestro amigo del taxi pega el freno para no chocarlos y grita:
- ¡Cualquiera se los lleva hijo e’la gran puta! ¿Por qué no bajan esas luces?
Esto provocó que los malandros se desmontaran del motor cada uno con pistola en mano desafiando:
- ¿Que fue lo que tu dijiste infeliz?
En lo que uno dice esto, el otro con la rompe el vidrio de la parte delantera con la misma pistola de un solo golpe; el taxista acelera y se les escapa. Ellos se tomaron la libertad de sonar dos disparos en medio de la vía pública… ¿Qué importa? Somos los dueños de la calle, me imagino que pensaron.
Le pregunto - ¿Cómo sabe que eran policías? –
A lo que me contesta:
– Estaban armados (parece que nadie puede andar armado en la calle) y no estaban robando, andaban vestidos de civil pero se incomodaron porque un mojón como yo les habló duro. Coño… Me tenía que quedar jugando tablero, bien me lo dice el viejo que no haga servicio de noche… Ahora tengo que pagar a la central (Esa es una tarifa que los taxistas pagan semanalmente) y también el jodido vidrio este. Si voy a poner una querella me meten preso ellos mismos o me entran a macanazos.
-Amigo, le recomiendo que haga de este, su último servicio por hoy y váyase tranquilo pa’ su casa. Cuando el día no está para uno, mejor uno se acuesta. – le dije aunque fui ignorado.
Yo aun no he llegado a mi destino y pienso: “Y si los mismos tigueres esos lo andan persiguiendo hasta yo voy a llevar”. Por suerte ya llegábamos y le indiqué por donde tenía que doblar. Le pagué y le deseé suerte.
Y suerte es lo que necesita todo aquel que anda por las calles buscando los chelitos. Por ahí andan los ladrones y los policías disputándose la supremacía de las calles. Creo que de vez en cuando entre ellos se intercambian de bando; todo con tal de sacarle provecho al que honradamente “se rompe los cojones para mantener a su familia”.
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