No hay manera de describir el azul de ese mar. Un mar cálido como el sol del medio día con olor a paraíso; en el medio va la embarcación tímida ante tan fiero camino. Las olas no cesaban haciendo el reto de la sobrevivencia algo casi excitante, cruzarlo sería conquistar el cielo y la prosperidad; domar fieras y vencer demonios.
La noche anterior se había despedido de todo el barrio de manera subliminal, y su plan nunca lo contó para que no haya quejas ni pesimismos. Una yola en la costa era la salida a las penurias y la monotonía de la miseria que se hacía tan pesada como la vida misma que perdía su sentido con cada segundo que marcaba su reloj digital de más de 10 años de existencia.
¿Cómo olvidar ese día que llegó su tío de Nueva York? Vino con maletas de Mikigüey y esnikel para toda la familia, camisetas, tenis, comida enlatada, mas a él le trajo ese reloj que aun tiene en su muñeca.
-Mira lo que te traje para que te la luzcas, un Casio digital a prueba de agua. Eso es lo que se ‘ta usando allá en Nueba Yol.
-¡Coño tío gracias! Tu si ere un vacano.- dijo el joven de 15 años en ese entonces.
Y mirando su reloj que no dejaba de funcionar se acordaba de esa época de felicidad, cuando su tío le traía de todo de Nueva York. Ahora le tocaba a él hacer su ruta, pero no la haría como todo el mundo que pagaban para irse en grupo. Él se iba solo en una yola, porque si los indios llegaron a cruzar en canoa ¿Por qué no puede él cruzar en algo que es más seguro?
El plan era el básico: Llegar a Puerto Rico y de ahí hacer sus papeles para irse a Nueva York donde el dinero andaba rodando por las aceras como hojas en pleno otoño.
Mochila en mano se fue a la costa y le pagó a un guardián para que le diera la yola, la ruta estaba trazada y de navegación él sabía lo necesario. Arranco a sangre fría en una noche oscura y se encomendó a todos los santos y a la virgencita de la Altagracia para llegar a salvo.
Amanece y se presta a prender el motor el que con un poco de dificultad prende y retoma su rumbo, no durmió nada, solo remó un poco para alternar un la energía. Al cabo de 3 horas hay un sonido raro y el motor paró la marcha y no había forma de prenderlo, combustible no hacía falta. Siguió remando hasta que la naturaleza hizo de las suyas y comenzó a jugar al sube y baja con la diminuta embarcación, entonces ahí llegó el momento cumbre de su vida donde vio el paisaje más hermoso:
No hay manera de describir el azul de ese mar. Un mar cálido como el sol del medio día con olor a paraíso; en el medio voy yo ante tan fiero camino. Las olas no cesan haciendo que esto sea algo casi excitante, cruzarlo sería conquistar el cielo y la prosperidad; domar fieras y vencer demonios…
La muerte es lo que en realidad me espera. Nadaré hasta que mi reloj no marque las horas y mis pulmones revienten.
Nadie supo del paradero del muchacho… Aun lo esperan por el barrio a ver si un día regresa.
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Andy