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La zafra



José estaba parado mirando con un solo ojo hacia el horizonte, precisamente desde la costa. El ocaso anaranjado recreaba imágenes de un incendio distante que lo hizo recordar sonriente un amor que tuvo una década atrás:

“-¡Estás loco! No me podrás dejar- gritaba en llanto Nancy

- Claro que sí, no podrás creer lo fácil que te dejo. Ni te lo imaginas: Desde que salga por esa puerta no me volverás a ver.

Tomé mi bulto de mano, y emprendí un viaje hacia los cañaverales que quedaban frente a la casa. Perdiéndome entre hojas, sabiendo que ella me caería atrás. Sin embargo no fue así.

Pasaron solamente tres meses y decidí volver, solo para verla con otro. Y ya me lo sospechaba. Por eso no toqué la puerta ese día; en vez, me asomé por la ventana.

Ahí estaban besándose como nunca antes lo habíamos hecho, y menos a esas horas. No sentí celos que recuerde.

Me devolví al cañaveral y decidí acampar escondido solo para hablar con ella cuando saliera. No tenía idea de que hablaríamos, pero algo saldría en el momento.

Hasta que por fin apareció, bella como siempre: Iba a tender la ropa y dije:

-Hola Nancy que bella estás.

Eso fue lo único que dije y ella comenzó a gritar frenética. Desesperado la tomé y le tapé la boca adentrándola un poco al cañaveral y le dije:

-Cálmate Nancy

Pero no entendía y me manoteaba. Siempre tan impetuosa. Traté de calmarla pero no lo logré. En cambio, ella agarró mi machete que estaba en el suelo y me tiró a ciegas; lo único que encontré para defenderme fue palo de caña de azúcar, el cual cortó de manera desproporcionada.

Todo estaba pasando muy rápido y ella volvió a gritar, la embestí para taparle la boca nuevamente diciéndole que se calmara, pero seguía manoteando. Su nuevo novio salió en toalla a ver qué pasaba (Cosa que me distrajo por un instante). Ella se aprovechó y me hundió un dedo hasta lo más profundo de mi ojo izquierdo… Que dolor sentí; pero no hice bulla, mi reacción fue clavarla con el pedazo de caña más puntiagudo, atravesando su garganta de lado a lado. No tardó mucho en morir mientras yo seguía tapando su boca.

El nuevo novio se quedó frisado por dos segundos al ver la escena pero eso fue más que suficiente. A él si le tiré con el machete clavándolo en el mismo centro del estómago.

Me acosté bocarriba en medio de ambos cadáveres a pensar en que haría yo ahora con este ojo menos.

Corté un pedazo de tela del vestido de Nancy y me vendé, luego entré a la casa y dormí una siesta esperando a ver si llegaba alguien y descubría el crimen.

Al despertar salí y todo seguía como lo había dejado, entonces se me ocurrió cortarlos en pedazos razonablemente pequeños para esparcirlos… Y comenzar a quemar la caña; total, ya era tiempo de zafra…”



Terminó su recorrido de recuerdos y se devolvió a casa, donde su esposa que (por cierto) también se llama Nancy lo esperaba con sus dos hijos para la cena.

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